#24 LA ESTRATEGIA ES NO HACER NADA
Cuando parar se convierte en estrategia, no en rendición
A veces, la batalla más dura es poder parar. No por debilidad, sino por que estas convencido. Y no porque no haya mucho en juego.
El dilema de parar en medio de la batalla
Ahí estábamos, Ruty y yo, sentados en un carro alquilado, arrancando un viaje por carretera que duraría casi dos semanas en febrero de 2021. Solo en manejo directo, serían más de 48 horas entre ida y vuelta. El objetivo era sencillo: respirar, aclarar la mente y encontrar algo de dirección en medio del ruido que llevábamos por dentro. Es parte de la misma historia que comencé a contar en el artículo “La ansiedad de un guerrero”.
El frío afuera era brutal… pero el ruido por dentro era peor.
Había comentado varias veces en terapia que conducir me relajaba, y fue a partir de esa confesión que mi terapeuta me recomendó: “Tómate un tiempo. Conduzcan al sur. El calor puede hacerle bien a tu cuerpo… y a tu cabeza.”
Y tenía razón.
Durante esos días en carretera, viví una de las expresiones de amor más profundas que he recibido de Ruty. Mientras yo conducía, con la cabeza en cualquier parte, ella tomó el libro Andar con el tanque vacío de Wayne Cordeiro y comenzó a leérmelo en voz alta, capítulo por capítulo.
No era solo lectura.
Era cuidado.
Me comentaba frases, hacía pausas, me preguntaba cómo me sentía. Y yo, con la mente divagando constantemente por la ansiedad, trataba de enfocarme en cada palabra mientras avanzábamos en la ruta.
Escuchar era un acto de disciplina, porque por dentro todo seguía agitado. Había que hacer un esfuerzo especial para prestar atención, porque cada frase del libro tenía que competir con mis pensamientos ansiosos.
Y ahí, en medio de esa carretera y ese esfuerzo, me topé por primera vez con la historia del propio Wayne. Después de años liderando una megaiglesia, escribiendo libros y predicando como si el fin del mundo fuera el domingo siguiente… terminó hospitalizado.
Diagnóstico: agotamiento severo.
Prescripción médica: seis meses sin hacer nada.
NADA.
Ni escribir, ni predicar, ni “solo un Zoom corto con el equipo”.
Ni siquiera repostear una frase bíblica con una imagen de Piolín.
Y pensé: ¿Cómo puede una persona que ha sido usada por Dios para salvar a miles… necesitar salvarse a sí mismo de un sistema que muchas veces no sabe cuándo parar?
Eso es algo con lo que hoy me siento aún más identificado. Para la fecha de escribir este artículo, Ruty y yo estamos por cumplir un año desde que nos vimos motivados (por no decir forzados) a tomar este tiempo sabático del ministerio.
Y es que con Expansión hicimos mucho. Fue la iglesia que pastoreamos en Nueva York por casi cuatro años.
Pero a veces, lo más valiente no es avanzar… sino apagar el motor.
Y muchas de las cosas que hicimos fueron grandes, hermosas…
Pero, en el tiempo, no eran sostenibles.
Literalmente alimentamos a miles de personas, hicimos eventos multitudinarios y servimos a varios miles de inmigrantes como nosotros, que estaban deseosos conocer a Jesús en sus corazones y ser parte de una comunidad que expresara el amor de Dios con acciones prácticas.
Y, por un tiempo… eso fuimos.
Entramos por cada puerta que se abrió. Aprovechamos cada oportunidad que tuvimos. Servimos a todos los que pudimos. Parecía que no había tiempo para parar. Cada vez llegaba más gente. Cada vez había más oportunidades de servir.
Y si nos conoces, sabes que le metimos todo el corazón.
Pero lo que parecía un fuego avivado desde el cielo, terminó consumiendo no solo el aceite…sino también la lámpara.
Nos habían enseñado que, si no estás haciendo algo útil, estás fallando.
Que la fe se mide en productividad. Que descansar es rendirse.
Y, aunque después del episodio del 2021 implementamos algunos patrones de descanso y desconexión, la verdad es que sentir el respaldo de Dios en lo que estás haciendo constantemente te hace preguntarte si está bien parar…o si deberías aprovechar el impulso y hacer un poquito más.
Dios pelea por nosotros
Desde niño, hay una historia bíblica que para mí siempre ha sido cautivadora.
En 2 Crónicas 20, el rey Josafat enfrenta una coalición de ejércitos tan grande que se sentía que ni poniendo a orar a todas las abuelitas del país serviría de algo.
¿La instrucción divina?
“No necesitarán pelear… estén quietos.” (v.17)
Imagínate esa junta de estrategia militar:
—“¿Cuál es el plan, mi señor?”
—“Nada. Solo quédense parados… y canten.”
¿Cantar? ¿En medio de una guerra?
Es como si hoy, en medio de una crisis en tu trabajo donde todo se cae a pedazos, te dicen:“Hazte una playlist de adoración y no respondas correos por tres días.”
¡Es una locura!
Mira esta otra escena: Éxodo 14.
El pueblo de Israel recién salido de Egipto está frente al Mar Rojo. Atrás viene Faraón y sus carros de guerra, y Moisés dice:
“Dios peleará por ustedes, y ustedes estarán tranquilos.” (v.14)
¡Tranquilos!
Mientras suenan los caballos.
Mientras sientes que el agua no se abre.
Pero funcionó.
Porque cuando Dios dice espera, no es pasividad.
Es un ejercicio de confianza.
“Estén quietos y conozcan que yo soy Dios.” (Salmo 46:10)
La quietud no es inactividad.
Es una postura de fe.
No conoces a Dios corriendo. Lo conoces… parando.
La paradoja de la victoria en reposo
Hebreos 4 habla de un reposo que aún está disponible para nosotros.
Pero dice algo extraño: que hay que “esforzarse por entrar en ese reposo.”
¿Esforzarse para descansar?
¿No es eso contradictorio?
Parece. Y sin embargo, no lo es.
Dios le dijo a Josué: “Esfuérzate y sé valiente.”
Y ahora nos dice: “Esfuérzate… para descansar.”
Quizás se requiere la misma valentía para conquistar una ciudad…
que para dejar de tratar de conquistar el mundo con nuestras propias fuerzas.
Porque, para algunos de nosotros, hacer es más fácil que confiar. La actividad disfraza el miedo.
La hiperproductividad es una adicción con aplausos.
Pero el problema no es que no sepamos que debemos parar.
O que no queramos descansar.
Es que creemos que no podemos.
Que si nos detenemos, todo se cae.
Que el mundo —o al menos la parte que nos toca— depende de que siempre estemos disponibles, que respondamos rápido, pensemos todo, hagamos todo, salvemos todo.
Ya hablé un poco de eso en el artículo: “Deja el Complejo de Salvador.”
Pero la Biblia me dice otra cosa:
“En vano madrugan ustedes y se acuestan muy tarde, para comer un pan de fatigas, porque Dios concede el sueño a sus amados.” (Salmo 127:2)
Estos últimos días me encontré de nuevo, en mis devocionales, con la historia del profeta Elías. Pero esta vez vi algo a lo que no le había prestado atención.
Fue como si una mano saliera del texto y me agarrara del pecho, haciéndome detenerme.
En 1 Reyes 18, Dios le dice a Elías que vaya a decirle al rey Acab que, después de tres años y medio de sequía extrema, volverá a llover.
Pero Elías, en el mismo viaje, se emociona —o se desgasta— y termina haciendo de todo:
Pelea con Acab.
Discute con el pueblo
Desafía a los profetas de Baal y Asera.
Reconstruye un altar, derrama sobre el muchísima agua (en plena sequía).
Ora y hace descender fuego del cielo.
Le quita a vida a los 850 profetas de Baal y Asera.
Luego corre más rápido que los caballos del rey entre dos ciudades.
¿Resultado? Colapsa.
Jezabel lo amenaza, y el mismo profeta que oró y cayó fuego del cielo…
Ahora solo quiere morirse.
¿Por qué tanta angustia si Dios lo había respaldado?
Quizá… porque el respaldo no siempre significa que Dios pidió todo eso.
Quizá… porque a veces hacemos de más, y lo espiritualizamos porque funcionó.
Pero Dios no le pidió fuego.
Le pidió lluvia.
Y lo que Elías necesitaba… no era otro altar.
Era una siesta. Y pan caliente.
Literal.
Tal vez hay un tiempo en el que necesitamos menos fuego.
Y más pan recién hecho.
Quizá por eso, cuando Dios vuelve a encontrarse con Elías en la cueva (¡Barras!, como dirían en freestyle), no aparece en el fuego, ni en el terremoto…
pero sí en el silbido apacible.
Creo que nuestro mayor desafío en esta temporada de hiperactividad es aprender a ver a Dios en el susurro.
Proveyendo agua en medio del desierto.
Multiplicando la harina y el aceite.
Enviando pan caliente por manos invisibles.
Y diciendo: Come y duerme.
El rey Salomón escribió en Eclesiastés que para todo hay un tiempo.
Y mi aprendizaje ha sido entender cuándo es tiempo de hacer mucho…
y cuándo es tiempo de no hacer nada.
Porque hay tiempo para las dos cosas.
No respetar el tiempo de parar, es como evitar detenerse en la carretera a cargar combustible porque no quieres perder tiempo.
Puedes parar 10 minutos y recargar…
O parar horas en medio de la nada con el tanque vacío.
De una forma u otra, vamos a parar.
Así que no solo escribo para quienes ya han sentido el colapso,
sino también para los que, sin notarlo, ya llevan encendida la luz de advertencia en el tablero.
Jesús también sabía cuándo retirarse de la multitud…
y dormía en la tormenta como quien sabe que el cielo no cierra por la noche.
En Dios haremos proezas (y si, descansar es una de ellas).
Simón
Una vez más me identifico con su reflexión pastor, vengo de un ministerio donde si no estabas haciendo algo, eras casi que un estorbo o un hijo de Dios poco entendido, casi que inmerecedor de salvación, se me decían frases como: A mayor presión, más poder! Justificando el que tuvieras un exceso de actividades sobre los hombros, eran frases que contenían verdades pero que usadas en ciertos contextos, eran manipulativas. Vi a personas colapsar por todo esto, vi a personas mentir por temor a ser cuestionadas o sancionadas, vi muchas cosas a causa de esa vorágine de directrices, ordenes e imposiciones de hombres en las cuales con el tiempo me percaté, el Señor no estaba. He aprendido que mi fe no se mide por la cantidad de cosas que haga, sino por mi obediencia en hacer lo que el Padre me demanda hacer en tiempo, lugar y manera, que no sirve el mucho hacer, sino el hacer lo correcto conforme al plan y diseño que Papá tiene para mi, lo demás trae desgaste y termina en frustración. A veces como bien lo dice, no hacer nada es lo más poderoso que podemos hacer, porque da lugar a que la maravillosa mano de Dios irrumpa y se manifieste asombrosamente quedando Él como único protagonista (estén quietos y observen que Yo soy Dios). Un fuerte abrazo pastor.
Hola