#23 La Ansiedad de un Guerrero
Cuando todo le tiembla por dentro, pero aún así no se rinde.
Imagínate a un rey escondido en una cueva.
Escribiendo canciones mientras el miedo lo persigue.
Eso no te suena como la historia de un héroe. ¿Verdad?
Sin embargo fue así como David, el gran guerrero,
enfrentó los momentos de depresión y de ansiedad:
escribiendo salmos entre sus batallas.
Hace unos días vi una película en la que una mujer en Alemania estaba en la embajada de EE.UU. con su hijo, solicitando una visa.
Al llegar, el agente saluda al niño. El niño no responde.
La madre, visiblemente nerviosa, se disculpa.
Luego, ya dentro, le dice con suavidad:
—Cuando te pregunten “¿cómo estás?”, di “bien, gracias.”
El niño la mira serio:
—¿Y si no estoy bien?
Ella lo abraza y le responde:
—A ellos no les importa cómo estás realmente. Solo es la forma correcta de contestar.
Así vivimos. En una cultura que nos invita a que seamos honestos y vulnerables, pero al final esperan que nadie lo sea. Una cultura que nos exige éxito y buena cara. De manera que la verdadera vulnerabilidad les incomoda, y la única que realmente toleran es la que mostramos cuando ya hemos sanado. Se aplauden las cicatrices, pero se hace incómodo lidiar con las heridas abiertas que un día se convertirán en una.
Por eso esto importa. He encontrado algo inspirador en el relato bíblico, porque personajes como David nos muestran lo que es la verdadera fortaleza. Que se puede ser un gran rey y un guerrero poderoso… sin necesidad de ocultar las batallas en nuestro mundo interior.
David es famoso por sus hazañas.
Por derrotar al gigante.
Por su liderazgo.
Por sus conquistas.
Pero la Biblia no oculta su fragilidad.
Fue valiente, sí. Pero también la narrativa bíblica lo muestra atravesando períodos intensos de ansiedad y de tristeza. Y aun así, Dios lo llamó “un hombre conforme a mi corazón.”
Y para mí eso lo cambia todo.
Tengo días dándole vueltas una y otra vez a la historia de David, y estoy admirado de que no era un líder que escondía sus sombras. Las confesaba.
Salmo 55:4-5 (NTV):
“Mi corazón late en el pecho con fuerza; el terror de la muerte me invade.
El temor y el temblor me abruman, y no puedo dejar de estremecerme.”
Y yo sé lo que eso significa, porque lo viví.
Fue en 2021, apenas cinco meses después de iniciar Expansión en NYC.
En medio de la pandemia, me sometí a una cirugía bariátrica correctiva. Y todo salió mal.
La herida se abrió. Mi cuerpo rechazó el dispositivo.
Intentamos volver al médico… pero nos contagiamos de COVID.
Y no por días. Fueron meses.
Long COVID, le llaman.
Todo se mezcló. Una cirugía fallida, el virus, el encierro, las noticias, la presión de una iglesia naciente…
Pero lo peor no fue eso.
Fue el abismo emocional que vino después.
Ataques de pánico.
Oscuridad.
Un vértigo constante, como lanzarse por una montaña rusa sin frenos.
Recuerdo cerrar un domingo una reunión online de la iglesia y quebrarme.
Lo que siguió fueron tres meses lejos del ministerio.
Sin predicar. Sin fuerza. Sin aire. Casi sin poder pensar.
Solo intentando no ahogarme.
Dios no espera que ocultes tus batallas
Un principio que me gusta enarbolar como una bandera es que Jesus no nos encuentra donde “Deberiamos” estar sino donde verdaderamente estamos. Eso significa que no necesito esconder nada, ni aparentar nada para poder tener un encuentro real con Dios.
Y para mi eso es clave, porque en una cultura que idolatra el éxito sin quiebre, creo que el Señor nos invita a considerar otra cosa:
Que la grandeza no se mide por la ausencia de batallas, sino por la honestidad para reconocer donde estamos y la determinación de llevar nuestras grietas a El.
Alguna vez lei una frase que dice que la historia siempre la escriben los ganadores.por lo que nuestra literatura histórica siempre cuenta la versión idealizada del que venció. Y normalmente solo se expone el heroísmo, la valentía y el poder de sus personajes.
Pero la Biblia no maquilla a sus héroes.
Muchas veces nos los muestra temblando.
Mientras oraban con miedo.
Mientras lloraban en soledad.
Cuando querían salir corriendo.
Y lo más hermoso es que entonces ahí… justo ahí…
También Dios se glorifica.
Esta debe ser mi tercera o cuarta reflexión publicada sobre este tema, y la verdad es que no estoy tratando de glorificar la ansiedad. Ni de romantizar la debilidad.
Pero cuando algo ha sido ignorado por tantos años, hay que hablarlo con claridad y verdad.
Las veces que haga falta.
Hasta que nuestra visión al respecto sea renovada.
Hay muchos temas de los que preferimos no hablar, porque aprendimos sutilmente que si algo no es un gran logro o si es algo de lo que no podemos presumir en nuestras redes sociales, entonces no puede venir de Dios. y si no viene de Dios… alguna cosa debimos haber hecho mal para recibirlo.
Entonces lo que hacemos es que callamos. Ocultamos. Aparentamos.
Hacemos como que todo está bien, pero internamente luchamos solos. No solo con la batalla en sí misma que ya de por sí es todo un desafío, sino además con la condenación de asumir que Dios se avergüenza de nosotros como podemos llegar a avergonzarnos de nosotros mismos…
Entonces cosas como la ansiedad, la tristeza y muchas de las cosas que ya hemos hablado en artículos anteriores comienzan a definirnos en nuestro mundo pensante. Afectan la forma como pensamos. Cómo vemos la vida, Cómo nos relacionamos con nuestro creador.
Entonces terminamos asumiendo como realidad todos esos argumentos que se generan en nuestra cabeza y que en su mayoría son contrarios a la verdad del evangelio en nuestras vidas.
Ahora, aunque cosas como la ansiedad no deben definirnos…
tampoco tienen por que ser un secreto.
Isaías 7:9b (NTV) lo dice así:
“A menos que su fe sea firme, no puedo hacer que ustedes permanezcan firmes.”
Dios no espera de nosotros perfección.
Espera confianza. Y dependencia.
Déjame ponerlo en palabras simples: La ansiedad y la depresión no son un fracaso.
Son el terreno donde Dios puede mostrar su fuerza de manera plena.
Y para eso, necesitamos comprender que somos frágiles por diseño. No fuimos creados para ser el tipo de gente poderosa que normalmente aparentamos.
Y eso no es algo humillante de lo que debamos avergonzarnos.
Es algo que nos debería dar paz, al saber que nada de lo que podamos llegar a ser (o hacer) viene de nosotros mismos.
2 Corintios 4:7 (NTV):
“Tenemos esta luz que brilla en nuestro corazón,
pero nosotros mismos somos como frágiles vasijas de barro
que contienen este gran tesoro.
Esto deja en claro que nuestro gran poder proviene de Dios,
no de nosotros mismos.”
¿Qué hacemos cuando la ansiedad toca la puerta?
El Apostol Pedro nos invita en principio a echar todas nuestras preocupaciones y ansiedades sobre el Señor Jesus, teniendo conciencia de que Él cuida de nosotros. Y aunque nuestra tendencia es minimizar esos sentimientos, esconderlos e ignorarlos, nuestra determinación debe ser correr a Él y soltar nuestras cargas.
En eso David nos modeló el ejemplo. Podríamos estar en el mismo valle de sombra de muerte y encontrar el amor de Jesus que echa fuera el temor al mostrarnos a El tal cual somos, teniendo la conciencia de que Él no nos abandona.
Porque la ansiedad y la tristeza no se van con frases bonitas ni con una oración de 10 segundos.
En este camino he comprendido la importancia de ser brutalmente honesto con Dios, con nosotros mismos y con nuestra gente al respecto. No es nada fácil porque va contra la cultura, pero no hay forma de resolverlo solo.
Por otra parte, hay algunas cosas prácticas que me ayudan.
Y mucho.
— Nombrarla sin vergüenza.
David lo hizo.
La ansiedad pierde poder cuando deja de ser secreta.
Y si me preguntan hoy, creo que hay más debilidad en tratar de esconder nuestras luchas que en compartirlas.
Consigue con quien tener conversaciones abiertas sin miedo al juicio.
Asegurate de tener espacios seguros para ser abierto y vulnerable.
— Buscar ayuda profesional.
No hay nada débil en ir a terapia.
Yo lo he hecho. Y me sostuvo.
— Mover el cuerpo.
Agotar el cuerpo ayuda a silenciar la mente.
Yo camino en la piscina.
Y eso me ha dado más paz que muchos sermones.
— Crear belleza en medio del caos.
Para mí fue la cocina, el freestyle, la comedia.
Quizás para ti sea otra cosa.
Pero algo puede florecer si dejas espacio.
— Descansar de verdad.
Dormir suficiente.
Desconectarte.
Bajarle dos a la presión.
El reposo no es una pausa entre batallas, Es parte de la estrategia.
Pero de eso hablaremos la próxima semana:
una fe que aprende a parar.
Y si vuelve?
Porque sí… volverá.
Asimilemos que como David, podemos ser guerreros poderosos y al mismo tiempo batallar con ansiedad. El apóstol Pablo decía que en uno de sus viajes a Macedonia enfrentó presiones externas y temores internos. Sin embargo ahi vió como nunca la mano de Dios. Porque una cosa no anula la otra.
Mira, No somos menos espirituales por lidiar con el temor y la ansiedad.
No somos menos valiosos por tener días oscuros.
Porque la victoria no depende de nosotros. Depende de Aquel que pelea contigo.
Ahora, eso no significa resignarse a que es algo que nunca vamos a vencer.
Significa que debemos aprender a luchar de forma diferente.
Con herramientas.
Con comunidad.
Con propósito.
Los que hemos vivido con ansiedad somos un poco como los que están en recuperación.
Sabes que volverá la tentación.
Sabes que habrá días grises.
Sabes que vas a querer esconderte.
Pero también sabes esto:
“El justo cae siete veces y siete veces se levanta.”
Insisto, no porque seamos fuertes en nosotros mismos, sino porque sabemos dónde encontrar refugio.
Pablo dijo que después de pedirle a Dios varias veces que le quitara un área difícil de su vida, la respuesta del cielo fue:
” Mi gracia te basta, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”.
Cuando más tentados nos sentimos a alejarnos de Dios y esconder nuestras miserias…
es justo cuando más lo necesitamos.
Hoy, lo que escribo, lo que enseño, incluso lo que hacemos cada lunes en nuestras reuniones online, nace desde ese lugar. De un deseo profundo de crear espacios de descanso, de vulnerabilidad, de sanidad.
No solo para líderes.
Para cualquiera que está cansado y que necesita un lugar para respirar, sin tener que fingir fortaleza. Donde aprendemos juntos a rendirnos a Jesus y dejar que el Espíritu Santo trabaje en nuestros corazones.
Por eso este proyecto se llama:
Desde la Cueva.
Recuerda que la ansiedad no nos define, pero tampoco nos descalifica.
Es una invitación a depender más profundamente.
“Cuando siento que resbalo,
tu amor, Señor, me sostiene.”
— Salmo 94:18
La ansiedad y el temor no tienen la última palabra.
Dios sí.
Y Él no nos llama por lo que sentimos sino por quienes somos en Cristo.
Si estás pasando por algo parecido, no lo vivas solo.
Esta cueva también es para ti.
Escríbeme.
Mi misión esta temporada es acompañarte.
Porque en Dios haremos proezas,
SIMÓN.
Que buen m3nsaje simón, los cristianos mantenemos más en la cueva que Enel deleite.