Nota Introductoria:
Este artículo es el tercero de una serie de reflexiones que he estado haciendo sobre el reposo. El primero fue titulado “La Estrategia es NO Hacer Nada”, donde exploramos el valor de detenernos como un acto de obediencia, no de debilidad. El segundo se llamó “El Ritmo Olvidado”, una invitación a caminar al paso de Dios y no al ritmo acelerado del sistema.
Hoy, en “Justo y Necesario”, profundizamos en cómo el descanso no solo es sabio, sino también una expresión de justicia divina.
Si es tu primera vez leyendo uno de estos artículos, bienvenido.
Y si ya vienes caminando conmigo desde el principio, gracias por seguir aquí.
Sea como sea, mi deseo es que encuentres en estas palabras un respiro… y una razón para seguir caminando más ligero.
Comencé a escribir este artículo a las 6:15 de la tarde.
Domingo. Mi día de reposo.
Tratando de aplicar lo que realmente debería ser un día de descanso, agoté casi todo el día sin producir nada.
Casi.
Hasta que, antes de anochecer, terminé cediendo a la tentación (y a la culpa).
Ruty se está arreglando para que salgamos a tomar un café, y yo, mientras tanto, me senté a escribir… sobre descansar.
Qué irónico, ¿no?
Tantas horas honrando el verdadero reposo, resistiendo la necesidad de hacer algo útil, hasta que el viejo sistema interno volvió a hablarme con voz dulce:
“Ya descansaste bastante. ¿Por qué no aprovechas y haces algo con el día?”
Y aquí estoy.
Peleando con mi mente.
No con la teología del descanso —esa la tengo clara—,
sino con el peso invisible de creer que no puedo pasar un día sin producir.
Aunque sea un poquito.
Hace unos días, un querido amigo que ha caminado con nosotros desde los primeros años en que Ruty y yo iniciamos una iglesia me recordó una frase que yo solía repetir en aquellos tiempos:
“Si pasas un día sin producir algo, aunque sea poco, es porque algo anda mal.”
Lo dijo con cariño, pero también con verdad.
Confesó cuánto tiempo vivió frustrado los días en que no sonaba la caja registradora.
Y mientras lo leía, sentí una mezcla de gratitud y peso…
porque ese argumento, aunque ya no existe entre mis conceptos, todavía me visita.
Especialmente cuando intento descansar.
Y es que el verdadero conflicto del reposo no es externo. Es interno.
Porque podemos tener los conceptos claros…
y el corazón aún cautivo.
Podemos predicar sobre el descanso…
y sentirnos culpables por vivirlo.
Esclavos sin cadenas
Creo que a veces pensamos que lo único de lo que Jesús vino a liberarnos fue del mal o del pecado.
Pero Hebreos 12 dice que también debemos despojarnos de todo peso.
Y uno de los más comunes hoy es la presión constante de ser productivos.
Vivimos como si alguien nos estuviera cronometrando la vida.
Como si cada hora que no genera dinero, contenido, ideas o avance fuera una hora perdida.
Lo curioso es que muchos de nosotros creemos haber alcanzado la libertad.
Y en cierto modo, la tenemos.
Pero cuando no sabemos qué hacer con ella, lo primero que buscamos es un nuevo amo.
Y si no lo encontramos… nos convertimos en esclavos de nuestra libertad.
Nos tragamos mentiras que suenan a independencia:
“Yo manejo mi propio tiempo.”
“Trabajo por mi cuenta, así descanso cuando quiero.”
“Soy mi propio jefe.”
Pero esa “libertad” a veces es una trampa con correa de oro.
Porque ahora puedes trabajar a cualquier hora…
y lo haces.
Ahora puedes ganar más si te esfuerzas más…
y lo intentas.
Ya no tienes límites externos,
pero tampoco tienes reposo.
Y es ahí donde las palabras de Jesús duelen y sanan al mismo tiempo:
“Si el Hijo los libera, serán verdaderamente libres.” (Juan 8:36)
Porque no toda libertad nos hace libres.
Y no todo descanso es descanso.
Pero cuando Jesús nos enseña a soltar…
entonces sí, empieza el verdadero jubileo.
Cuando Dios ordenó que todo se detuviera
Hace un par de días leí nuevamente Levítico 25.
Y no sé si fue la hora, mi estado de ánimo, o el Espíritu Santo,
pero algo me estalló por dentro.
Dios no solo me pide a mí que descanse.
Dios una vez le pidió a todo un pueblo que se detuviera.
No por un sábado.
No por un puente largo.
Por un año entero.
“Durante seis años sembrarás tu campo… pero el séptimo año será de reposo solemne para la tierra.” (Levítico 25:3-4)
¿Te imaginas eso hoy?
Todo el sistema apagado.
La tierra sin ser explotada.
Parece una locura, ¿cierto?
Pero más increíble aún era lo que pasaba en el año 50.
Cada ciclo de 7 años incluía un séptimo año sabático.
Pero después de 7 ciclos de 7 años (49 en total) venía el año del Jubileo.
Las deudas debían ser perdonadas.
Las propiedades vendidas debían ser devueltas a sus dueños originales.
Los esclavos debían ser liberados.
Y ese año tampoco se debía labrar la tierra ni producir.
Ese también era un año de reposo.
Eso significa que el año 49 no se hacía nada… y el 50 tampoco.
A mí me costó parar un día.
Y para la fecha de este artículo, se cumple un año desde la última reunión de Expansión Church (la iglesia que plantamos en NYC).
Algún día te contaré lo difícil que ha sido aprender a vivir el reposo del que hoy escribo.
Así que no me puedo ni imaginar lo que significaría parar dos años.
Piénsalo conmigo:
Deudas siendo perdonadas.
Terrenos siendo devueltos.
Esclavos siendo libres.
Y el pueblo… descansando. No haciendo nada.
Pero mientras ellos reposaban… Dios restauraba.
No solo sus vidas,
sino también la tierra.
Descansar es confiar más que por un día
Una cosa es confiar en Dios por un domingo.
Otra es confiarle una semana de vacaciones.
Pero… ¿confiar que Dios proveerá aunque no produzcas por un año entero?
Eso no es solo descanso.
Eso es una fe que descansa como si Dios todavía tuviera el control.
Porque en ese año sabático, no solo descansaba la gente…
descansaba la tierra.
Los cultivos.
Los animales.
La economía.
¿Y qué pasaba?
La tierra seguía produciendo.
Daba mejores frutos.
Los ciclos naturales se restauraban.
La pausa no era improductiva.
Era sanadora.
(¿Te das cuenta del contraste?
Nosotros hoy exprimimos el sistema hasta secarlo…
Dios, en cambio, lo hace florecer con descanso.)
Cuando no descansas… la tierra lo hará sin ti
El pueblo de Israel vivió más de 800 años en la tierra prometida…
y nunca guardaron el año sabático.
Mucho menos el jubileo.
¿Y qué hizo Dios?
Los sacó de la tierra por 70 años.
Permitió el exilio a Babilonia.
No como castigo impulsivo, sino como cumplimiento de algo que Él mismo había dicho siglos antes:
“Entonces la tierra gozará sus días de reposo todos los días que esté asolada…porque no descansó en los días que habitasteis en ella.” (Levítico 26:34-35)
Y 2 Crónicas 36:21 confirma que el exilio babilónico —esos 70 años fuera de casa—
fueron para que la tierra descansara lo que el pueblo se negó a darle.
Dios no estaba siendo cruel.
Estaba siendo justo.
Estaba recordando que el descanso no es opcional cuando has sido llamado por Él.
Es parte del plan.
El descanso como estrategia divina de justicia
Cuando Dios propuso esto, no lo hizo por romanticismo ecológico.
Lo hizo porque el descanso sabático era un acto de justicia:
Era descanso para los ricos y para los jornaleros.
Era perdón de deudas para los oprimidos.
Era libertad para los esclavos.
Era redistribución para los desposeídos.
Era una pausa para que el margen volviera al centro.
El jubileo no era una vacación.
Era una reforma.
El descanso que Dios propuso no era evasión.
Era restauración.
Y no se lograba con más trabajo… sino con más confianza.
La pregunta es: ¿por dónde empiezo?
Pequeñas acciones disruptivas y silenciosas que puedes practicar hoy:
Da descanso a quien trabaja contigo.
Cancela la deuda emocional de alguien que no puede pagarte.
Deja descansar tu cuerpo.
Da una pausa a tu agenda.
Suelta la necesidad de estar siempre al mando.
Porque cuando descansamos,
Dios obra.
Y cuando soltamos,
Él sostiene.
No hace falta que te consideres una persona demasiado espiritual para empezar.
Solo necesitas estar lo suficientemente cansado como para darte cuenta de que otro ritmo es posible.
Quizá lo que más necesitamos no es una nueva estrategia para ser más eficientes…sino una teología del descanso para ser más fieles.
Sí, Simón.
Descansar no es egoísmo.
Es justo y necesario.
En Dios haremos proezas,
SIMÓN
Que buen escrito simón, no se trata del que más trabaja ni del que más corra,si no de poner toda nuestra confianza en Dios en soltar todas esas cargas que nos agobian y nos hacen perder,la fe,la esperanza y la felicidad, me trae a nenoria este texto biblico ;
Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.
Romanos 9:16
Poner toda nuestra confianza en el para que el pueda restaurar y sanar.
Que buenos tus mensajes SIMON disfruto mucho al leer tus blogs, me edifican demasiado siento como Dios responde a mis oraciones leyendo tus blogs, un abrazo desde la distancia y que mi buen Dios te siga bendiciendo a ti y a los tuyos
Bella palabra 🙌🏻