#04 TIEMPOS DE DESIERTO
Un viaje al corazón del desierto: lo que aprendemos en los tiempos de anonimato, soledad y transformación.
Estoy revisando algunos artículos que escribí años atrás y me topé con este del 2019, al que llamé “Tiempos de Desierto”. Quiero empezar el año reflexionando sobre lo vigente de este relato de la historia de David y de lo que aprendí de sus tiempos de anonimato.
La historia cuenta que, un tiempo después de matar al gigante, David terminó circunstancialmente viviendo en el palacio real con Saúl. Sin embargo, un día repentinamente decidió regresar al desierto a cuidar las ovejas de su padre. Es un hecho curioso, porque el desierto es quizás era el último lugar en el mundo donde él hubiese querido estar.
David pasó sus primeros años de juventud en ese mismo desierto, un lugar donde parecía haber sido olvidado, o más bien abandonado. Puedo recordar leer a David en los Salmos diciendo cosas como: “Extraño he sido para mis hermanos, y desconocido para los hijos de mi madre” y, “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, el Señor me recogerá”. Estas palabras reflejan lo complicado de sus dinámicas familiares y la profunda sensación de abandono que seguramente experimentó.
Piensa en esto: Cuando Samuel fue a la casa paterna de David y pidió a todos los de la familia presentes porque Dios lo había llevado a ungir al nuevo rey de Israel, ahí estaban todos menos David. David estaba en el desierto. Cuando los filisteos le declararon la guerra a Israel y Goliat los amenazó sin parar por cuarenta días, ahí estaban todos menos David. David estaba en el desierto. La sensación en una buena parte de la historia es que David se estaba perdiendo toda la acción porque no figuraba en las cuentas de nadie.
¿No te suena familiar? Este detalle me hace pensar en esas temporadas de la vida donde parece que nadie nos nota. Llevamos un sueño en el corazón, un deseo o un llamado que nos consume, pero no hay nadie que lo valide. No figuramos en las apuestas de nadie. Esos días donde hasta Dios parece callar. Esos días donde las palabras de Jesús en la cruz, "Eli, Eli, lama sabactani," comienzan a cobrar sentido en nuestra propia historia.
Cuando el desierto te forma
Sin embargo recientemente he comenzado a experimentar como el desierto no solo representa un tiempo o un lugar de soledad; también es un lugar y un tiempo de transformación independientemente de cómo o por qué llegamos allí. A veces llegamos por traiciones, falta de entendimiento, por envidia o a veces simplemente porque Dios nos está moviendo a un nuevo lugar, uno que fluye leche y miel.
He aprendido en estos días que, sin importar cuál sea la causa por la que haya llegado, hay dos cosas que no debo perder de vista en estas temporadas: primero, que Dios tiene mi destino en sus manos y que Él permite que las cosas sucedan; y segundo, que "El que nos trasplantó, nos sostiene”, como dice el lema del estado de Connecticut.
Para mí, aprender a permanecer en el desierto con un corazón sano ha sido vital. Uno de mis maestros siempre decía: “Mantente fiel donde estás (aunque sea en la soledad del desierto), porque, aunque no lo sepas, hay gente hablando bien de ti en lugares donde tú ni siquiera has estado”. Creo que mientras muchos de nosotros solo vemos arena, Dios está preparando un tiempo de promoción para nuestras vidas. Si esto es así, entonces lo que a mis ojos parece un lugar de sombra de muerte, para Él es el lugar perfecto para servir su mesa de abundancia.
Esto es lo que veo en esta parte de la historia de David… Te pongo en contexto:
El poder de ser hallado
Después de aquel episodio de "olvido" cuando Samuel fue a casa de Isaí y terminó ungiendo a David como rey, este no se puso una corona. No se agrandó, ni aprovechó para sacar en cara los años de olvido ni las heridas que le había causado su familia. En cambio, se lavó la cara, se puso de nuevo su ropa de pastor y regresó al desierto. Aunque en el mundo espiritual había ocurrido una transferencia de poder, en lo físico, David siguió cuidando a las ovejas.
Este contraste es impactante. Las ovejas eran atendidas por un hombre con unción de rey, aunque ellas ni siquiera se daban cuenta. El nuevo rey de la nación estaba en el desierto componiendo para Dios las canciones que después formarían parte del libro de los Salmos, y siendo diligente en la labor doméstica de pastorear.
Esa fidelidad en lo pequeño fue clave para lo que vendría después. Cuando Saúl fue atormentado por demonios, uno de los hombres del rey recordó haber visto a David adorando a Dios en el desierto. Fue por esa razón que lo llamaron al palacio para tocar el arpa y ministrar al rey. Pero, aun después de estar en esa posición, David volvió al desierto.
Ofertas engañosas
Para mí, esta es la lección más profunda. Aunque parecía que la palabra de Dios se estaba cumpliendo –David estaba en el palacio, al lado del rey–, no fue Dios quien lo llevó allí, sino Saúl. No fue para ser rey, sino para ser siervo. Aunque se parecía a lo que Dios le había prometido, no lo era. Esa no era la respuesta, así como no lo son muchas de las ofertas tentadoras que recibimos en nuestra vida.
Como en los concursos de televisión donde te preguntan: "¿Te quedas con estos cien mil o arriesgas todo por el millón?" Estas ofertas no siempre son malas, pero nos tientan a conformarnos con menos de lo que fuimos llamados a ser. David entendió que no debía aceptar un atajo. Así como Jesús (también en el desierto), cuando le ofrecieron todos los reinos a cambio de rendirse al sistema, pienso en la necesidad de aprender a reconocer que no todas las promociones vienen de Dios.
Estos días pienso mucho en que una de las batallas más grandes en el camino hacia lo que Dios diseñó para nosotros no es contra diablos ni demonios, sino contra lo que parece bueno pero no lo es. Me repito constantemente que la verdadera promoción viene en el tiempo perfecto de Dios. David rechazó la autopromoción y también las ofertas que no alineaban con su llamado.
Conclusión
En esta temporada de mi vida, mientras estoy rodeado de arena, estoy seguro de que el desierto es un lugar de formación, no de frustración. Es el lugar que me enseña a esperar en Dios, confiando en que quien nos trasplanta, también nos sostiene.
En Dios haremos proezas,
SIMÓN