“El fin de un asunto es mejor que su principio, y la paciencia es mejor que la arrogancia.”
— Eclesiastés 7:8
¿Desde dónde se están tomando las decisiones en mi vida?
Esta semana conocí a alguien con quien sentí una conexión genuina. No porque viniéramos del mismo trasfondo cultural ni porque hubiéramos recorrido los mismos caminos, sino porque sentí que tenemos perspectivas muy similares en cómo vemos la iglesia y su cultura.
Es el tipo de conexiones en la que, aunque no te hayas cruzado antes con esa persona, de inmediato sientes que algo hizo click. ¿Sabes de qué hablo?
Primero lo escuché enseñar y me dejó procesando más de lo que esperaba, y después nos sentamos a conversar. No fueron más de diez minutos, pero en medio de ese breve intercambio, lo escuché decir una frase que me golpeó con fuerza:
“No hay que dejar que sea el dolor el que envíe.”
No sé si alguna vez has tenido un momento así, donde en una sola oración, alguien logra resumir algo que llevas meses procesando. Bueno, fue exactamente lo que me pasó.
Hace meses reflexiono en todas las veces que hemos visto iglesias nacer no desde el crecimiento, sino desde la división. Familias que se fracturan porque los hijos no fueron enviados con amor, sino que salieron huyendo. Relaciones que no terminaron porque era el tiempo, sino porque la herida hizo insoportable la convivencia.
Así que fue inevitable preguntarme:
¿Desde dónde se están tomando las decisiones en mi vida: desde la visión o desde el dolor?
El crecimiento natural vs. la ruptura forzada
No todas las partidas son malas. Hay momentos en la vida en los que es necesario cerrar ciclos y avanzar, y de eso escribí con más detalles en el artículo “Debes dejar a Saúl.”
Pero aquí el problema no es irse, sino cómo y por qué uno se va.
La Biblia está llena de ejemplos de personas que fueron enviadas por Dios con un propósito, no empujadas por el dolor.
José fue enviado a Egipto, y aunque su proceso fue doloroso—traición, esclavitud, cárcel—el dolor no fue la causa de su envío. Fue Dios quien lo permitió y usó ese proceso para posicionarlo en el lugar correcto y en el tiempo correcto. El dolor acompañó su camino, pero no lo determinó.
Moisés fue enviado primero al desierto y luego a liberar a Israel. Lo que parecía una huida cobarde tras haber matado al egipcio, en realidad fue Dios llevándolo a un proceso de entrenamiento en el desierto. No fue el dolor lo que lo envió, sino la mano de Dios preparándolo para su misión.
Jesús envió a sus discípulos a todas las naciones. Ellos enfrentaron persecución, rechazo y dificultad, pero su salida no fue una reacción al dolor, sino una respuesta al mandato de Dios.
Aquí está la clave:
Dios puede permitir que el proceso sea difícil, pero el dolor no es el que debe tomar la decisión.
Cuando el dolor empuja, en lugar de Dios enviar
Dios puede permitir que una salida sea tensa—como cuando Israel salió de Egipto, con conflicto y oposición, o cuando José fue vendido como esclavo—pero el dolor en sí mismo no fue la causa del movimiento.
La diferencia está en quién dirige el proceso.
Si es Dios quien envía, el dolor puede estar presente, pero no es el motor de la decisión.
Si es el dolor el que empuja, entonces no hay paz, no hay dirección, y el propósito se nubla por la herida.
Aquí es donde muchas veces nos equivocamos: confundimos la presión con la dirección.
Sentir dolor, rechazo o frustración no significa automáticamente que Dios nos está moviendo. A veces, solo significa que hay algo en nosotros que necesita sanar antes de tomar decisiones.
Por eso, antes de hacer un movimiento, la pregunta clave no es:
¿Me duele estar aquí?
Sino:
¿Es Dios quien me está enviando, o solo quiero escapar?
Saúl y David: Cuando los celos frenan el crecimiento
Uno de los ejemplos más claros de esto en la Biblia es la relación entre Saúl y David.
David nunca quiso usurpar el lugar de Saúl. Al contrario, siempre lo honró, lo sirvió y lo respetó.
Pero el problema fue que Saúl no supo reconocer el crecimiento de David ni preparar su salida de manera sana.
Cuando las mujeres cantaron:
“Saúl mató a sus miles, y David a sus diez miles”, Saúl en lugar de alegrarse, se sintió amenazado.
No entendió que su tiempo tenía un propósito y un límite, y que su rol en la vida de David no era retenerlo, sino prepararlo.
Y aquí está el punto clave:
Cuando el liderazgo no aprende a soltar, se convierte en un obstáculo.
Lot, Abraham y las red flags
Desde el principio, Lot no era parte del plan original. Dios le dijo a Abraham que dejara su tierra y su parentela, pero él decidió llevar a Lot consigo.
Por un tiempo, esto funcionó. Pero con el tiempo, la relación comenzó a volverse cada vez más tensa.
Primera red flag: Lot tenía sus propios pastores y su propio ganado. Ya no era solo parte de la casa de Abraham, estaba construyendo su propia identidad.
Segunda red flag: Hubo conflictos entre sus equipos.
La decisión: En lugar de ignorar la tensión, Abraham entendió que era momento de separarse en paz.
Las rupturas no ocurren de la nada, ojo con eso: Siempre hay señales antes del conflicto.
Pero cuando ignoramos esas señales, la ruptura se vuelve inevitable y más dolorosa.
Que el dolor no te empuje
El problema nunca es que alguien se vaya. El problema es cómo y por qué se va.
Cuando no sabemos soltar a tiempo, el dolor termina empujando la salida.
Y cuando el dolor es el que envía, lo hace sin paz, sin honra y sin propósito.
Sigo pensando en esto:
¿Hasta qué punto me he aferrado a algo que Dios me pidió soltar?
¿Estoy reteniendo algo o a alguien que Dios ya está llamando a otro lugar?
¿Cómo puedo discernir si es Dios quien está enviando, o si solo escapo del dolor?
Que el dolor no te empuje.
En Dios haremos proezas,
Simón