#02 Lealtad que Cuesta
El valor de permanecer fiel cuando cuesta todo, incluso a nosotros mismos.
Los últimos años de mi vida, especialmente estos últimos meses, me he preguntado mucho qué significa realmente la lealtad. No hablo de esa palabra que lanzamos al aire con facilidad, sino de la que se demuestra de forma práctica, incluso cuando no es fácil. Esa que no es común, que cuesta. Que cuesta tiempo, sacrificio y, a veces, hasta renunciar a nosotros mismos.
Crecí en un ambiente donde la lealtad, de alguna manera, se usaba para justificar una forma de devoción desmedida. No aplaudir todas las acciones del otro, opinar diferente, o incluso hacer preguntas sobre por qué las cosas iban de cierta manera, se veía como incredulidad, falta de fe y deslealtad hacia las personas en autoridad. ¿El castigo? Al viejo estilo del Imperio Romano: Damnatio Memoriae. Los romanos borraban todo rastro de que alguna vez exististe, eliminaban las imágenes, reescribían los libros de historia sin mencionarte y hacían como si nunca hubieras vivido. Es un castigo político que, cuando lo estudias, te das cuenta de lo frecuente que se aplica hoy, incluso en círculos personales y religiosos.
Hoy tengo claro que para mí, eso no es lealtad, y mucho menos en el contexto de la amistad. Es algo que he estado procesando en estos días mientras escribo y reflexiono sobre el tipo de amigo que quiero ser.
En una de estas noches, mientras manejaba, recordé un episodio que ocurrió cuando tenía catorce o quince años. A la iglesia en la que crecí llegó como invitado Rinaldo Texidor Jr., un hombre alto, gordo y moreno nacido en la Isla de Puerto Rico. En esa época yo era ujier (lo que hoy llamaríamos el equipo de bienvenida), y estaba asignado a atenderlo mientras estuviera en la iglesia.
Era un hombre accesible. Recuerdo que su enseñanza era profunda, pero usaba un lenguaje tan sencillo que no era difícil de entender. Tenía un chiste recurrente: “Esto te pega como a las 3 de la mañana,” para decir que no te preocupes si no lo entiendes ahora, lo entenderás después. Esa combinación de humor y profundidad me impactó profundamente.
Para mí (también alto, gordo y moreno), ver a alguien como él predicando fue fascinante e inspirador. Después de su última enseñanza en Caracas, fuimos a la librería de la iglesia. Allí tomó cuatro series de mensajes y un libro, me los regaló y me dijo: “Dedícate a estudiar esto, Dios va a usarte de esta forma.” Ese momento fue mi Aha Moment, ese instante de claridad en el que todas las piezas encajan y sabes hacia dónde irá el resto de tu vida. En términos modernos, fue una epifanía; en términos espirituales, un momento Kairos, una revelación divina.
Le pedí a mi papá un viejo reproductor de cassettes que ya no usaba y, durante los siguientes tres o cuatro años, me desvelé escuchando cada uno de esos mensajes una y otra vez. Los escuché tantas veces que me aprendí fragmentos completos de memoria. Texidor influyó profundamente en mi vida.
Han pasado años, y aunque quizá su nombre no signifique nada para muchos, para mi tiene un significado especial, porque hoy, yo soy otro gordo, alto y Moreno que busca enseñar cosas que puedan ser profundas de la manera mas sencilla posible. Pienso en su impacto en mi vida a pesar de que a él también le aplicaron un Damnatio Memoriae en su momento. Concluyo que el impacto que se provoca al seguir tu llamado es algo que no puede simplemente ser borrado.
Mientras manejaba esa noche, conversando con un amigo, pensaba en cómo la lealtad también implica no negar a quienes formaron tu historia. Especialmente cuando esas personas ya no son mediáticas, han sido “canceladas” por la cultura del momento, o han cometido errores que otros no están dispuestos a perdonar. Me di cuenta de que la lealtad en tiempos difíciles tiene un costo. A veces, incluye renunciar a nuestro lugar en ciertos círculos para permanecer fieles a quienes nos marcaron, aun cuando su nombre no sea bien recibido.
He estado de los dos lados. He olvidado a otros por cuidar mi lugar en ciertos espacios (algo de lo que no estoy orgulloso), y también he sido olvidado. Aunque he aprendido a vivir siendo parte de los “olvidados,” le pido a Dios constantemente que me ayude a ser un amigo leal, especialmente en los días difíciles de mis amigos. Que me guarde de caer en la tentación de negarlos por cuidar mi pellejo, y que si alguna vez sucede, en vez de quedarme llorando amargamente como Pedro al escuchar el gallo cantar, pueda escuchar la voz de gracia que me dice: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Apacienta mis ovejas.”
Porque la lealtad verdadera no nos llama solo a estar en los buenos momentos, sino a permanecer, especialmente cuando cuesta.
Simon.