#27 Facturas Sin Firma y el Arte de Soltarlas
A veces pedimos justicia, pero lo que necesitamos es descanso
Cuando pienso en la necesidad que sentimos —cuando somos afectados por algo o por alguien— de que se haga justicia, no puedo dejar de ver cómo, de alguna manera, nos han enseñado que lo más espiritual es ignorar la situación.
Y aunque lo intentamos de todo corazón, se siente como esa sonrisa forzada que ponemos cuando alguien nos pregunta si nos gustó el hígado encebollado que nos dieron para el almuerzo.
Solo nosotros creemos que nadie más se ha dado cuenta de que estamos procurando poner nuestra mejor cara y pretender que todo es maravilloso.
Porque cuando hemos sido heridos, algo en nosotros clama por justicia.
Y desarrollamos en nuestros corazones la expectativa de que algo tiene que pasar, que nos haga sentir que el daño ha sido reparado.
A veces, indignados, esperamos que caiga fuego del cielo y los consuma.
Otras, esperamos simplemente ver un rostro lleno de sinceridad que, en vez de buscar justificaciones, simplemente diga:
“De verdad lo siento”.
Y aunque sintamos que estamos haciendo un ejercicio de madurez diciendo: “no pasa nada”, y pongamos nuestra sonrisa de hígado encebollado, por dentro queda esa sensación de que algo no está completo.
Porque hay algo que todavía no ha pasado.
Por eso es tan común (aunque muchas veces no lo admitimos) que perdonamos, pero no olvidamos…
“Sí, yo ya lo perdoné, pero no quiero volver a verlo nunca”, decimos.
Cuando somos afectados, no es que no sea espiritual que haya dolor. Lo hay.
Y no es que no haya razón para exigir respuestas. Las hay.
Pero muchas veces pasa el tiempo, y llega un momento en que seguir esperando que alguien más repare lo que rompió —porque a nosotros nos ha hecho daño—
puede ser más desgastante que el dolor de la herida misma.
Y entonces el Espíritu susurra —sin dramatismo, pero con firmeza—:
“Ya no lo cobres más.”
Porque pedir justicia es legítimo, pero vivir esperando que nuestra sed de justicia sea saciada puede volverse un castigo.
Es como si el alma quedara atrapada en una sala de espera indefinida donde nadie llama tu nombre.
Y al final, aunque pongamos nuestra mejor cara y guardemos todos nuestros acuerdos sobre el reposo, el descanso no llega porque uno no se siente libre…
al menos no mientras la deuda siga “activa”.
El loco que construyó su descanso
Esta semana hablamos de Noé en nuestra reunión de Zoom de la comunidad digital.
Un hombre que creyó que Dios haría cosas que nunca antes había visto:
lluvia en un mundo sin lluvia,
un barco construido no solo en tierra firme, sino en la cima de una montaña,
un diluvio universal que acabaría con todo…
y luego, tuvo que esperar la salvación entre burlas.
Durante más de un siglo —probablemente entre 100 y 120 años, según distintas tradiciones—
Noé construyó un barco en silencio mientras recibía críticas, dudas y, según la tradición judía, miradas de burla.
Uno de los relatos tradicionales dice que Noé en un momento se apartó de la gente porque era tanta la maldad de esa comunidad que hasta habían pasado de las burlas a las amenazas.
Pero Noé creyó sin evidencia. Obedeció sin garantías.
Y lo más brutal: siguió adelante y no se defendió.
Hebreos 11:7
“Fue por la fe que Noé construyó un barco grande… en obediencia a Dios, quien le advirtió de cosas que nunca antes habían sucedido.”
Noé, sin saberlo, también estaba construyendo el descanso.
Porque mientras todos se desgastaban en palabras, él se concentró en lo que Dios quería hacer con él, y no en el conflicto.
Nunca vi a Noé de la misma manera después que leí a Flavio Josefo diciendo que Noé se apartó del conflicto, pero no para evitarlo, sino para seguir construyendo el barco.
Eso me confronta.\
El descanso que viene cuando sueltas la factura
En el artículo pasado hablamos del Jubileo,
una práctica bíblica que ocurría cada 50 años y que cambiaba todo:
Las tierras vendidas volvían a sus dueños originales.
Las deudas adquiridas se cancelaban.
Los esclavos eran liberados.
La tierra descansaba un segundo año seguido.
Y los corazones se reiniciaban.
Era el año de la restitución, de la justicia, de volver a empezar.
Allí introdujimos esta idea que hoy profundizamos:
Perdonar es también descanso.
Porque cada vez que perdonas, le dices al corazón que ya puede respirar.
A veces sentimos que no estamos listos para perdonar… y eso está bien.
De hecho, ha pasado un año desde que se generaron algunas facturas en mi corazón,
y es hasta hoy que estoy escribiendo estas líneas.
Si algo he aprendido es que el Espíritu Santo también camina con nosotros
hasta que el corazón decide descansar.
Cuando liderar duele más de lo que parece
Recibí un texto hace poco que dicen que lo escribió T.D. Jakes.
No sé si realmente fue escrito por él,
pero honestamente… me importa poco.
Porque lo que dice es tan real que parece que me estaban leyendo mis pensamientos.
Habla de los sacrificios invisibles del liderazgo.
De esas heridas que no sangran por fuera, pero que uno lleva como moretones en el alma.
De traiciones. De críticas. De abandono.
Y de ese cansancio que no se quita con vacaciones,
porque viene de haber amado a veces más de lo que era prudente.
Lo leí y me conmovió.
Porque cada línea parecía una factura que yo mismo había intentado cobrar alguna vez:
Lealtades rotas.
Amigos que se voltearon.
Gente en quienes nos invertimos y terminó dándonos la espalda.
Gente que dijo ser como hijos y hoy ni nuestros nombres pronuncian.
Y aun así, el texto termina diciendo algo que es realmente profundo:
“Volvería a ser tu pastor. Volvería a correr el riesgo. Porque yo para esto nací.”
Ahí entendí que el perdón no es negar lo que te dolió.
Es aceptar que naciste para amar aunque duela.
Es entender que no deberíamos alterar quienes somos por lo que sucede a nuestro alrededor.
Es entender que, como dijo Jesús, somos de los que ponen la mejilla…
el desafío es no dejar de ponerla aunque hayamos recibido una cachetada.
Que si somos de los que ayudan, el desafío es seguir teniendo un corazón de servicio
aunque nos hayamos sentido obligados a llevar la carga de otro por un tiempo.
Y que si tenemos un corazón generoso, seamos capaces de prestar la camisa,
aunque nos hayan fallado al prestar la chaqueta.
Cuando entendí que no soy responsable de lo que hacen los demás o del entorno que vivo,
pero sí de cómo reacciono a lo que sucede,
eso me hizo querer renunciar a vivir exigiendo justicia para poder abrazar el descanso.
Y no necesitamos ser pastores para entenderlo.
Todos los que hemos amado intensamente —como padres, hermanos, amigos, parejas o líderes—
sabemos lo que es dar de más y recibir de menos.
Y sabemos lo que es tener que decidir entre guardar rencor o seguir viviendo.
La amistad, la deuda y la decisión
Desde hace un año vengo trabajando en esto.
No necesito entrar en detalles,
porque tú y yo sabemos lo que es sentirnos traicionados
por alguien con quien oramos, soñamos, construimos.
Y cuando eso pasa, hay facturas que uno guarda en el corazón:
“Me debía lealtad.”
“Me debía verdad.”
“Me debía haberme cubierto, no expuesto.”
¿Cuántas veces hemos escrito en el corazón esa lista de todo lo que “me debía…”?
¿Cuántas veces hemos sentido que al final no es rabia, sino cansancio lo que nos consume?
Y sí, puede que tengamos razón.
Pero llega un momento en el que el Espíritu nos toma de la mano y nos dice:
“¿Hasta cuándo vas a vivir cobrando una deuda que esa persona no puede —o no quiere— pagar?”
Yo llegué ahí.
Y por primera vez, no sentí rabia.
Sentí cansancio.
El tipo de cansancio que no se cura con dormir…
sino con soltar.
El perdón no es un gesto: es una salida
Perdonar así no es reconciliación forzada.
No es negar lo que pasó.
No es borrón y cuenta nueva.
Es decir:
Hoy dejo de esperar que otro lo arregle.
Hoy me salgo del ciclo.
Hoy elijo descansar.
Descansar como un acto espiritual.
Un acto de fe.
Una revolución silenciosa.
Mi Jubileo con nombre propio
Hoy escribo esto no como quien ya terminó el proceso.
Lo escribo como quien decidió soltar la factura.
No porque alguien más lo merezca o lo reconozca…
Sino porque Dios no me llamó a cargar cuentas eternas que me impidan caminar liviano.
Este es mi Jubileo, sin fiesta ni trompeta.
Una decisión secreta y sagrada.
Como Noé, construyendo en silencio.
Porque creo que Dios me está preparando para una tierra nueva,
y no puedo llegar a ella con el alma hipotecada.
Hoy rompo la factura y la dejo sobre el altar.
No como quien perdió,
no como quien simplemente se resignó,
sino como quien eligió no vivir encadenado a lo que nunca se pagó.
Y elegir no vivir encadenado… eso es ganancia.
Y si soltar duele…
más duele vivir atrapado en lo que ya no puedes cambiar.
Por eso descanso.
Porque el alma también necesita tierra nueva.
Ora conmigo
Señor, Hoy reconozco que he guardado deudas emocionales como si fueran promesas incumplidas. Pero ya no quiero vivir en ese ciclo.
Hoy, entro en tu descanso y suelto esas facturas. Cancelo lo que no pueden pagarme. Me libero del juicio.
Y descanso en Ti.
Amén.
En Dios haremos proezas,
Simon.