#17 Esclavos del Rendimiento
Cuando nuestro esfuerzo reemplaza la gracia y nos lleva al agotamiento espiritual
“Cuando el apóstol Pablo escribió ‘todo lo puedo en Cristo que me fortalece’, jamás imaginó que usaríamos sus palabras para justificar una vida de agotamiento, culpa y perfeccionismo.”
Hace unos días, revisando mis redes sociales, me topé con uno de esos reels motivacionales que abundan. La persona terminaba diciendo algo como: “Todo va a salir bien, recuerda: todo lo puedes en Cristo.” Aunque normalmente ese tipo de contenido no me incomoda, esta vez algo se removió en mí. Me quedé pensando en cómo, durante años, yo mismo usé Filipenses 4:13 como una especie de mantra espiritual.
En la práctica aprendí que, con suficiente fe y esfuerzo, debía ser capaz de plantar comunidades saludables, mantener una vida espiritual profunda, y cuidar mi salud física y emocional… todo al mismo tiempo. Pero cada vez que algo no salía como había planeado, lo asumía como una falla espiritual.
Con el tiempo, mi vida se convirtió en un ciclo de autoexigencia, celebración temporal y decepción profunda, hasta que finalmente mi cuerpo y mi alma dijeron basta.
La trampa del positivismo espiritual
Vivimos en un concepto filosófico moderno llamado “la sociedad del cansancio” —una cultura obsesionada con el rendimiento y la hiperproductividad. Y lo más preocupante es que esta mentalidad ha contaminado silenciosamente nuestras comunidades de fe.
Hemos convertido frases bíblicas inspiradoras en estándares imposibles de desempeño.
El “todo lo puedo” de Pablo se transformó en un mandato implícito:
Nunca muestres debilidad. Siempre triunfa. Debes mostrar fuerza espiritual constante (aunque debas fingirla).
En el grupo pequeño que tenemos los lunes por Zoom, llevamos meses conversando sobre cómo hemos convertido la gracia en un premio que creemos merecer si alcanzamos ciertos estándares. Y cómo esa idea de meritocracia espiritual ha distorsionado nuestra forma de ver a Dios, el evangelio, la iglesia… y hasta a nosotros mismos.
Recientemente hablábamos de cómo, sin darnos cuenta, muchas iglesias adoptan lo que algunos llaman el complejo industrial eclesial, como lo describe el libro The Church as Movement.
El enfoque deja de ser el discipulado encarnado y se convierte en eficiencia, programas, crecimiento numérico y métricas superficiales. En vez de comunidades sanas, producimos consumidores espirituales atrapados en una cultura de desempeño.
Líderes agotados, comunidades heridas
Lo he visto —y lo he vivido.
Personas que lideran atrapadas en la presión constante de mostrar crecimiento, mantener una imagen impecable, y sostener una vida espiritual que raya en lo irreal.
Pero detrás del escenario… quedan almas agotadas.
Mostrando una fuerza que no tienen.
Hablando de una paz que les cuesta vivir.
Porque mostrar sus batallas no los hace lucir exitosos… ni espirituales.
Hace poco alguien me dijo que el tono de estos artículos mostraba debilidad, auto-lástima o justificación. Y aunque esa observación me hizo reflexionar, también me confirmó que no pienso escribir desde otro lugar que no sea la honestidad. Estoy trabajando en entender y compartir que la vulnerabilidad no es debilidad, es resistencia espiritual. Es quizás la forma más honesta de hablar del Reino.
La cultura del “positivo siempre” es tóxica.
Crea entornos donde admitir fracaso es sinónimo de derrota espiritual.
Donde hablar de ansiedad, depresión o crisis emocional se ve como falta de fe.
Un amigo me confesó que, después de 15 años de servicio, ya no sabía cómo orar si no era pidiendo fuerzas para seguir “cumpliendo”. El gozo de su llamado se había transformado en una carga.
Un estudio reciente mostró que el 53% de las y los pastores en EE.UU. ha considerado dejar el ministerio en los últimos años. ¿La razón? Agotamiento causado por expectativas insostenibles.
La gracia no es una transacción
Uno de los errores más dañinos que hemos aprendido es relacionarnos con Dios como si se tratara de un contrato:
“Si me esfuerzo lo suficiente, Dios me bendecirá a cambio.”
Pero eso no es gracia.
Eso es meritocracia espiritual.
Y está completamente en contra del evangelio.
Ese enfoque genera una espiritualidad superficial que mide la “bendición” por apariencias, números o logros públicos. Y nos deja atrapados en un ciclo de culpa y ansiedad donde nada parece suficiente.
Ese ciclo… quiebra.
Y muchas veces, nos quiebra con él.
El evangelio del rendimiento vs. el evangelio de la gracia
El evangelio del rendimiento:
• Más esfuerzo = más bendición
• Vulnerabilidad = debilidad
• El descanso es una pérdida de tiempo
• Todo depende de mí
El evangelio de la gracia:
• Cristo ya hizo lo necesario
• Vulnerabilidad = acceso al poder
• El descanso es obediencia
• Todo depende de Él
Releer a Pablo desde la vulnerabilidad
Creo que necesitamos con urgencia releer Filipenses 4:13 desde su contexto original.
Pablo no estaba diciendo: “Todo lo voy a lograr.”
Estaba diciendo: “He aprendido a vivir con mucho y con poco. Sé estar bien y sé sufrir. Y en todo, Cristo me da fuerzas.”
Una interpretación más honesta sería:
“Puedo enfrentar lo bueno y lo difícil porque Cristo está conmigo en ambas situaciones.”
Jesús no solo predicó la gracia. La vivió.
Se retiraba a orar (Lucas 5:16), dormía en medio de tormentas (Marcos 4:38), y no sanó a todas las personas al mismo tiempo.
No vivía desde la ansiedad del resultado, sino desde la dirección del Padre.
Ese también es un ritmo espiritual.
Salir de la trampa: liderazgo compartido y descanso encarnado
Con el tiempo he aprendido que la salida a esta trampa del rendimiento pasa por el tipo de comunidad que construimos.
Necesitamos un liderazgo compartido, como proponen Woodward y White:
Donde la carga se distribuye.
Donde la vulnerabilidad es bien recibida.
Donde el descanso no es un lujo, sino una práctica espiritual esencial.
Necesitamos ritmos que reflejen el carácter de Jesús:
Detenernos.
Escuchar.
Caminar lento.
Comer en comunidad.
Sanar desde la cercanía.
El evangelio no exige más. El evangelio ofrece descanso.
Efesios 2:8–9 lo deja claro:
“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.”
No fuimos salvados por desempeño.
No nos mantenemos por desempeño.
No seremos transformados por desempeño.
Es todo gracia.
Desde el principio, hasta el final.
¿Rindiendo más de la cuenta?
Estos días me he hecho estas preguntas:
— ¿En qué áreas de mi vida me estoy exigiendo más allá de lo que puedo?
— ¿Qué parte de mi grita por descanso y no la estoy escuchando?
— ¿Qué pasaría si comenzara a vivir como alguien amado, no como alguien que debe probar su valor?
No lo logré todo.
Pero en Cristo, estoy completo.
En Dios haremos proezas,
Simón.
Muy buena reflexión en la iglesia moderna se nos califica o se nos Mide por nuestros esfuerzos, por nuestro crecimiento y por llevar cargas muy pesadas qué al final lo único que terminan haciendo es desgastarnos y tirar la toalla, esto nos hace pensar y reflexionar si verdaderamente estamos viviendo por gracia o por meritocracia.
Hermosa reflexión de una gran verdad del ser allí radica el amor al Padre de la Gloria que con nuestras debilidades y fortalezas querer dar lo mejor de nosotros en medio de ellas. Bendiciones