Hace unas noches reflexionaba sobre los retos del ministerio y las batallas emocionales que enfrentamos constantemente. En ese momento, me detuve a considerar las lecciones aprendidas en este camino. Recordaba que, hace algún tiempo, estaba en un evento en Los Ángeles donde el grupo de adoración, emocionado, anunciaba que cantarían algunos "coritos" representativos de nuestra herencia latina. Empezó el ritmo latino típico de esos coritos y su primera frase fue: "No puede estar triste un corazón que tiene a Cristo", creo haber pensado en ese momento: "Claro que sí puede, no tienes idea de las veces que el mío ha estado". Me reí solo en el carro con ese recuerdo porque en el momento Ruty, que estaba a mi lado, me volteó a ver con cara de: "Contrólate", solo para darme cuenta que estaba pensando en voz alta y las personas que estaban delante de nosotros estaban tratando de voltear de manera incómoda a ver quién saboteaba el ambiente de adoración. Mientras pensaba en esa historia, me vino a la mente una frase que he repetido muchas veces en los últimos años: “No está bien estar mal, pero está bien reconocerlo.” Especialmente entre líderes cristianos, esta simple verdad se ha convertido en una declaración radical, casi subversiva. Porque si hay algo que parece estar fuera de los límites para muchos de nosotros es admitir que no siempre estamos bien.
Esta reflexión no surge de un concepto abstracto, sino de mi propia historia. Desde mayo de 2024, Rut y yo hemos estado en un sabático que, en muchos sentidos, se siente más como un retiro forzado. La presión financiera, el aumento de costos y situaciones especialmente difíciles de dentro y fuera de la iglesia nos llevaron a cerrar las operaciones Expansión Church. Fue una decisión que nos costó amistades, apoyo de algunos de nuestros socios y oportunidades ministeriales. Pero, más que eso, nos dejó enfrentando una soledad profunda y batallas emocionales que, en mi caso, han sido parte de mi vida desde 2001.
Si eres como yo, probablemente te enseñaron a pensar que si las cosas no van bien, es porque hicimos algo mal ante Dios. Sin embargo, estos meses han sido de profundo análisis. He descubierto muchas cosas sobre mí mismo, aspectos que estoy trabajando con dedicación. (De esto, seguro escribiré en otro momento). Una de las cosas que logré darme cuenta es que no somos los únicos. En estos meses he hablado con amigos que lideran iglesias centradas en servir a sus comunidades, y todos enfrentan luchas similares: enfermedades físicas y emocionales, severas batallas financieras, tensiones con equipos de liderazgo y la constante necesidad de aparentar que todo está bien. Porque, como sabemos, en el ministerio, “si confiesas tus debilidades, pierdes credibilidad”.
Sin embargo, algo que aprendí es que esconder nuestra realidad no solo no ayuda; empeora la situación.
La Biblia No Esconde la Vulnerabilidad
Una de las cosas más poderosas de las Escrituras es cómo no ocultan las luchas de los grandes hombres y mujeres de fe. Elías, después de un momento glorioso en el Monte Carmelo, pidió morir en el desierto bajo un arbusto. David, el hombre conforme al corazón de Dios, escribió salmos que son un grito de auxilio desde las profundidades de la desesperación. Moisés, el gran líder de Israel, suplicó a Dios que lo quitara de en medio del pueblo cuando ya no podía más.
Estas historias no están en la Biblia para condenar su debilidad, sino para mostrarnos que es humano, incluso normal, atravesar estos momentos. Dios no los abandonó en su quebranto; al contrario, se encontró con ellos ahí.
Pablo, en su propia lucha, relató cómo Dios le dijo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Esta declaración no es una excusa para permanecer en la oscuridad, sino una invitación a sacar nuestras luchas a la luz y encontrar en Dios la fuerza para seguir adelante.
Las Seis Claves del Agotamiento Pastoral
En el contexto actual, el agotamiento pastoral se ha convertido en una crisis silenciosa. Según un estudio de Barna Group, el 53% de los pastores en Estados Unidos han considerado seriamente dejar el ministerio desde 2020. Las razones van desde la sobrecarga de trabajo hasta la soledad y las expectativas imposibles. A partir de mi experiencia y de conversaciones con otros líderes, aquí están seis realidades clave que agravan este problema:
La carga de las expectativas externas: Las demandas de socios, denominaciones y congregaciones a menudo reducen al líder a un recurso más, deshumanizándolo y agotándolo.
La soledad del liderazgo: Las decisiones difíciles, como cerrar una iglesia, frecuentemente resultan en aislamiento y en la pérdida de amistades clave.
El precio de aparentar: La necesidad de proyectar una imagen de fortaleza constante lleva a los pastores a esconder sus luchas, perpetuando un ciclo de desgaste.
El impacto en la salud: Las presiones constantes no solo afectan la salud emocional, sino también la física, causando enfermedades y agotamiento extremo.
Las tensiones internas: Los conflictos con equipos de liderazgo y personas que buscan imponer su voluntad son una fuente constante de estrés y frustración.
La falta de espacios para descansar: Muchos líderes no tienen la oportunidad de tomar un sabático o de encontrar comunidades donde puedan ser vulnerables y recibir apoyo.
No Es Pecado, Es Humano
Una de las mentiras más perjudiciales que enfrentamos en el ministerio es que luchar con la depresión, la ansiedad o el agotamiento es una señal de falta de espiritualidad. Pero la realidad es que estas luchas son humanas. No somos superhéroes ni estamos llamados a serlo. Somos vasos de barro que llevan un tesoro invaluable, y es en nuestra fragilidad donde el poder de Dios puede brillar con más fuerza.
Reconocer nuestra debilidad no solo es un acto de honestidad; también es un acto de fe. Es decirle a Dios: “No puedo solo, pero confío en que Tu gracia es suficiente.”
Una Reflexión Desde la Cueva
Durante la pandemia, creé una serie de audios llamada "Reflexiones desde la Cueva". Estas lecciones recogieron más de 20 años de aprendizajes en el ministerio, explorando la lucha entre la vulnerabilidad y las expectativas culturales de perfección. En nuestra generación, valoramos el mundo interior y ya no nos impresionan los líderes perfectos. Piensa en la evolución desde el Batman de Adam West en los años 60 hasta el más reciente, enfocado en la lucha interna y el dolor emocional.
Pero vivimos también en una era donde la vulnerabilidad puede ser castigada. A pesar de esto, estoy decidido a mostrarme tal como soy: débil, vulnerable e insuficiente. Y en esa honestidad, descanso en Su gracia, dejando que sea Jesucristo quien brille.
Jesús dijo: "Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo" (Juan 16:33). Este es el recordatorio que me sostiene: no somos llamados a esconder nuestras heridas, sino a mostrar cómo la gracia de Dios las sana.
Un Llamado a la Autenticidad
Es tiempo de cambiar la narrativa en el liderazgo cristiano. Debemos crear espacios donde los pastores y líderes puedan ser honestos sobre sus luchas sin miedo a perder credibilidad o apoyo. Necesitamos comunidades que entiendan que la fortaleza no está en no caer, sino en levantarnos una y otra vez, apoyados en la gracia de Dios.
Si estás leyendo esto y te sientes al borde del agotamiento, quiero recordarte que no estás solo. Habla con alguien en quien confíes, considera buscar apoyo profesional o espiritual, y permite que otros te acompañen en este camino. Por mi parte, estoy aquí para compartir, para conversar y si estás cerca para un buen café y una charla. Lo importante es: busca ayuda, comparte tu carga, y recuerda que incluso en los momentos más oscuros, Dios está contigo.
En Dios haremos proezas,
SIMÓN
Bendiciones Simón..Interesante y muy verdadero lo que expresas en éste artículo….
Aplausos de pie ante este valiente y honesto post, totalmente de acuerdo con lo que expone. Bendiciones totales