#15 Cuando Desobedecer es lo Correcto
Seguir a Dios implica estar dispuestos a romper reglas humanas por amor.
Hace unos días, leí en las noticias sobre la decisión de aplicar una ley que fue creada hace más de dos siglos. Una ley olvidada, escrita en otro contexto, pero que por alguna razón sigue vigente.
Y eso me dejó pensando.
¿Cuántas reglas antiguas siguen ahí, escondidas en los sistemas, muchas de ellas sin sentido en el tiempo presente, pero con la posibilidad de ser usadas cuando alguien lo considere necesario?
En Estados Unidos, todavía existen leyes absurdas. En Alabama es ilegal llevar un cono de helado en el bolsillo trasero. En Mississippi, alguna vez se prohibió comer helado los domingos. Y en Texas, aún hay ciudades donde no se puede ordeñar la vaca de alguien más sin su permiso.
Son normas que nadie aplica. Hasta que alguien decide usarlas.
Pensando en eso, reflexioné sobre cuánto de esto también pasa en nuestra jornada espiritual.
¿Cuántas normas seguimos solo porque así nos enseñaron?
¿Cuántas veces hacemos algo simplemente porque “siempre ha sido así”?
¿Cuántas veces nos han dicho que cuestionar es sinónimo de dudar de Dios?
¿Cuántas veces hemos sentido culpa por pensar diferente a lo que siempre nos enseñaron?
Se nos ha enseñado que la obediencia es someterse ciegamente a ciertas reglas o personas. Si nos sometemos sin cuestionamientos, nos llaman fieles y obedientes, pero si nos hacemos preguntas, pasamos a ser rebeldes e infieles, aunque la única intención haya sido tratar de entender.
Ese concepto ha deformado nuestra manera de actuar, especialmente en nuestras relaciones, y ha creado básicamente tres tipos de personas: los que someten, los sometidos y los rebeldes.
Sin embargo, la Biblia no presenta la obediencia como sumisión ciega ni como un mandato para someter a otros. Más bien, la muestra como una respuesta de amor y confianza a la voz de Dios.
Juan Calvino decía que “La verdadera obediencia nace de la fe; cuando confiamos en Dios y decidimos seguir su camino”.
La fe nos hace seguir el camino de Jesús, aunque desafíe lo establecido. Y aunque eso nos encasille como “rebeldes”, la verdad es que la fe no nos llama a la anarquía, pero tampoco a obedecer sin pensar.
Dios no nos diseñó para vivir bajo reglas muertas, sino para caminar con Él, incluso cuando eso signifique desafiar lo establecido.
Cuando la Obediencia se Vuelve Ceguera
Desde pequeños nos enseñan que la obediencia es la máxima virtud.
“Obedece a tus líderes.”“Sométete a la autoridad.”Y si eres un poco como yo, seguro alguna vez escuchaste: “¡Cállate y obedece!”
Y sí, la obediencia es importante. Pero obedecer sin discernir es peligroso.
Jesús contó una historia que lo ilustra perfectamente: la parábola del Buen Samaritano.
Casi siempre la enfocamos en la falta de empatía del sacerdote y el levita. Asumimos que eran indiferentes, que simplemente no quisieron ayudar.
Pero si entendemos su contexto, nos damos cuenta de algo interesante: ellos no estaban haciendo nada malo según la ley.
Por ejemplo, la ley decía que un sacerdote o levita no podía tocar un cadáver sin quedar impuro (Levítico 21:1). Y aquel hombre, a sus ojos, parecía muerto.
Además, el camino de Jerusalén a Jericó era peligroso. Lo llamaban “el camino de la sangre” porque los asaltos eran comunes. Ellos podrían haber asumido que era una trampa.
Así que decidieron seguir su camino. Porque eso era lo que la ley mandaba.
Ellos fueron obedientes.
Pero en su afán de obedecer, desobedecieron lo más importante: amar al prójimo.
Y aquí es donde la fe nos desafía: cuando seguir a Dios implica romper con lo que siempre nos dijeron que era “lo correcto”.
En Hechos 4:19-20, cuando Pedro y Juan fueron amenazados y les prohibieron hablar de Jesús, su respuesta fue clara:"Juzguen ustedes mismos si es justo obedecerlos a ustedes antes que a Dios."
Obedecer a Dios está por encima de cualquier sistema humano y sus normas.
Cuando la Desobediencia se Vuelve un Abismo
Pero el otro extremo también es peligroso.
Si la obediencia ciega nos esclaviza, la rebelión sin dirección nos deja sin rumbo.
El mayor desafío cuando venimos de hogares difíciles, liderazgos abusivos o comunidades de fe donde hemos sido heridos, es el deseo de alejarnos de todo lo que nos hizo daño.
Y en esa necesidad de protegernos, podemos caer en el otro extremo:
Dejamos de confiar en la gente.
Rechazamos cualquier tipo de liderazgo.
La iglesia ya no nos interesa.
Y lo peor, la fe que una vez nos sostuvo ahora se siente como una carga.
Lo entiendo. El dolor espiritual y emocional es real.
Pero desconectarse de Dios y de la gente no sana heridas.
Jesús no nos llamó a obedecerlo todo sin pensar, pero tampoco nos llamó a rechazarlo todo sin razón.
Nos llamó a escucharlo a Él y a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Una de las cosas que más he aprendido en esta temporada es que la verdadera libertad no está en hacer lo que quiero y cuando quiero.
La verdadera libertad está en aprender a seguirlo a Él, incluso cuando eso significa cuestionar lo que siempre di por sentado.
La ley del Amor.
Pero déjame volver a la idea de la parábola.
El único que se detuvo a ayudar fue un samaritano.
Un hombre que no tenía las mismas restricciones que el sacerdote y el levita. No estaba atado a las normas religiosas de los judíos. No estaba tratando de ser "correcto".
Solo tuvo compasión.
Jesús estaba enseñando algo revolucionario: el Reino de Dios no se rige por normas humanas, sino por el amor. El filtro de todas las normas religiosas y culturales también podría resumirse en el cumplimiento del Gran Mandamiento que es amar a Dios por sobre todas las cosas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Y lo vemos en toda su vida:
La ley decía que no se podía trabajar en sábado. Jesús sanó en sábado.
La ley decía que no se podía tocar leprosos. Jesús los abrazó.
La ley decía que no se podía comer con pecadores. Jesús cenó con ellos.
La ley decía que las mujeres no podían hablar con rabinos. Jesús les dio voz.
¿Fue Jesús un rebelde? Ante los ojos de la cultura si. Pero no ante la ley del amor.
No vino a destruir la ley, sino a mostrar que el amor de Dios está por encima de ella.
Y ese es el punto clave: la fe no nos llama a ser sumisos ciegos o rebeldes sin causa, sino a discernir cuándo desafiar lo establecido para reflejar el corazón de Dios.
¿Cuándo Desobedecer es Bueno?
La pregunta es esta:
¿Estoy obedeciendo una norma, o estoy obedeciendo a Dios?
Esta es la fórmula con la que estoy aprendiendo a actuar: Si la obediencia a una regla me impide amar, entonces esa norma necesita ser cuestionada.
Y por otra parte, Si la desobediencia es producto del dolor y me lleva a la amargura y la desconexión, entonces no es fe, es orgullo.
Hoy entiendo que Jesús no me está llamando a ser esclavo de las reglas ni a ser anarquista sin rumbo. Me está llamando a vivir con la sensibilidad de escuchar su voz, a desafiar lo que haga falta cuando sea necesario, pero siempre desde el amor.
Así como los bomberos tienen la autoridad de romper las normas de transito y atravesar una luz roja en medio de una emergencia, tú tienes el llamado de desafiar estructuras cuando el amor de Dios te lo demande.
Pero la clave es siempre la misma: no lo hagas por ti, hazlo por Él.
Un Llamado a la Acción
La fe real no es cómoda. No siempre será conveniente. Y muchas veces, nos va a costar.
Tarde o temprano, tendremos que tomar una decisión:
Seguir a Dios aunque te cueste.
Desafiar lo que siempre creíste si descubres que Dios te está mostrando algo más profundo.
Obedecerlo a Él por encima de lo que otros esperan de ti.
Hay momentos en la vida en que obedecer lo correcto significa romper lo establecido.
Y cuando ese momento llegue… ¿de qué lado vas a estar?
A veces, desobedecer es la única forma de ser fiel.
En Dios haremos proezas,
Simón.