#22 ¿Y si dice que no?
El miedo al rechazo es real. Pero hay una aceptación que no depende de nuestro rendimiento.
La semana pasada hablamos de cómo la búsqueda de una reputación perfecta puede alejarnos de una vida coherente con nuestra fe. Pero hay algo más profundo que muchas veces alimenta esa necesidad de parecer fuertes: el miedo al rechazo.
El rechazo no necesita gritar para doler.
A veces basta una mirada que no se cruza, una llamada que no llega, o el sentir que otros simplemente no le dan valor a tu esfuerzo.
Pero lo más doloroso es cuando empezamos a creer que si alguien nos cerró una puerta… quizás es porque no merecíamos entrar.
Hace unos días, estaba en una sala de conferencias, participando en una suerte de entrevista de trabajo grupal. Como en casi toda entrevista de trabajo, había que vendernos, destacarnos y demostrar que merecíamos estar ahí. El presentador —entusiasta, seguro, casi demasiado motivado para mi gusto— hablaba de las maravillas del producto que ellos ofrecen, de cómo son líderes mundiales en su campo e incluso de que ofrecen sistemas de seguridad para el hogar sin pago inicial y con los equipos sin costo.
“Nadie en su sano juicio se perdería una oferta como esta”, decía. Pero cuando alguien le preguntó cuáles eran las expectativas de ventas, dijo que en promedio había que tocar 50 puertas al día. Un par de minutos después hablaba de su promotor estrella que hacía 20 contratos al mes.
Mi cerebro hizo una matemática rápida: “20 contratos por mes se traducen en un contrato diario. Eso significa, básicamente, que al mejor vendedor le dicen que no 49 veces… ¡al día!”
Él siguió como si nada, hablando de tocar puertas, de salir con determinación a buscar nuevas oportunidades, de no temerle al rechazo, de “ver cada no como una oportunidad.”
Todos asentían.
Algunos tomaban notas.
Y yo… solo sentía un nudo en el estómago.
No era solo por el tema.
Bueno… sí, era por el tema.
Porque el impulso de salir corriendo me reveló algo más profundo: el miedo al rechazo sigue teniendo un peso en mis decisiones.
Unos minutos después, ahí me tienes, conduciendo de regreso a casa mientras le preguntaba al Señor en oración:
¿Cuántas puertas he dejado sin tocar por miedo a que me cierren en la cara?
¿Y cuántas veces he confundido una puerta cerrada con una sentencia sobre mi valor?
“El mayor dolor de la vida no es el rechazo de los demás, sino el rechazo que nos hacemos a nosotros mismos.”— Henri Nouwen
Cuando el rechazo activa heridas que nunca cerraron
No todos venimos del mismo lugar emocional. Hay quienes escuchan un “no” y siguen adelante como si nada. Y hay otros —como yo, tal vez como tú— que cuando escuchan un “no”, reviven todos los anteriores.
Cada vez que alguien me ignora, o ignora lo que hago, me cancela, me sustituye o me olvida… algo dentro de mí tiembla. No por lo que perdí en ese momento, sino porque trae recuerdos de guerra: el niño que no fue elegido, el líder que fue abandonado, el amigo que no fue defendido.
Y lo que he aprendido con el paso del tiempo es que lo peligroso de esas heridas es que, si no las sanamos, terminan dictando nuestro comportamiento.
Empezamos a vivir a la defensiva, a volvernos críticos de todo, a decir que “no necesitamos a nadie” mientras secretamente nos estamos muriendo por pertenecer.
El negocio de la aceptación: ¿cuánto estamos dispuestos a pagar por encajar?
Vivimos en un mundo que monetiza la aceptación. Redes sociales, plataformas, púlpitos… todos parecen decir: “Sé relevante o desaparece.”
Y en ese sistema, muchos terminamos alquilando versiones editadas de nosotros mismos solo para no ser rechazados. Dejamos de ser la versión de nosotros que Dios creó y en la que Él está trabajando, para convertirnos en una versión más aceptable y con potencial de viralización.
La pregunta es: ¿a qué precio?
Hace poco, escuché a alguien hablar sobre este desafío y decía que a veces parece que estamos esperando la aprobación de la sala para sentirnos seguros. De la sala, de un grupo íntimo de personas, o a veces de una sola persona en especial.
Me dolió. Porque es verdad. Porque en el fondo, Dios y yo sabemos cuántas veces he jugado el viejo juego de “ganarme el amor.”
Porque, aunque creo y enseño que soy aceptado en Cristo, muchas veces caigo en la tentación de actuar como si todavía tuviera que ganarme mi lugar con performance, resultados o perfección. Y para ser honestos, el mundo en el que vivimos refuerza mucho ese pensamiento —incluida muchas veces la iglesia.
Efesios 1:6 dice que fuimos “aceptos en el Amado”. No dice que seremos aceptos cuando lo hagamos bien. Dice que ya lo somos.
Ese es el evangelio: no entramos porque logramos algo.Entramos porque Cristo pagó un precio por nosotros y nos trajo de la mano.
“El evangelio es esta verdad: somos más pecadores de lo que jamás imaginamos, pero al mismo tiempo más amados y aceptados en Jesucristo de lo que jamás soñamos.”— Tim Keller
Lo que decidí hacer cuando el rechazo me visita (porque sí, vuelve)
No quiero romantizar el rechazo. Duele. Punto.
Pero estoy aprendiendo a no dejar que eso defina mi identidad. Y eso es un proceso, no un eslogan.
Estas tres prácticas me están ayudando a resistir la mentira de que el rechazo dice quién soy:
— Practico gratitud por la aceptación divina: Todos los días, antes de mirar quién me escribió o quién me aplaudió, trato de recordar: ya soy amado, ya pertenezco, ya fui escogido. Eso cambia la forma como recibo tanto un “sí” como un “no”.
— Me doy permiso para fallar sin que eso sea un fracaso personal: Porque fracasar no es sinónimo de ser un fracaso. Solo es señal de haberlo intentado. Y cada intento suma, aunque el resultado no sea el que esperabas.
— Uso la vulnerabilidad como un arma espiritual: Contar esto —así, sin filtro— me sana más a mí que a ti. Porque cada vez que verbalizo mi proceso, le quito poder al miedo. Y me acerco más a la libertad.
Cuidado con la narrativa que estás creyendo
Quiero terminar haciéndote tres preguntas que me estoy haciendo últimamente:
¿A qué personas, espacios o ideas les he dado demasiado poder para definir mi valor?
¿Qué he dejado de intentar por miedo a ser rechazado?
¿Y qué cambiaría si empezara a vivir como alguien que ya fue aceptado por Dios, aunque los demás digan que no?
No te estoy diciendo que no duele.Lo sé. Solo te estoy diciendo que no termina ahí.
El rechazo no es una señal de que estás roto. A veces es el recordatorio de que estás siendo redireccionado.
Y aunque otros te cierren la puerta, Dios ya abrió un camino que nadie puede bloquear.
“Definirte a ti mismo por tus éxitos, fracasos o reputaciónes la forma más rápida de olvidar quién eres realmente en Cristo.”— Brennan Manning
¿Qué puerta has evitado tocar por miedo a ser rechazado?
¿A quién estás tratando de convencer que vales?
¿Qué pasaría si, por primera vez en mucho tiempo, dejases de luchar por ser aceptado…y simplemente creyeras que ya lo eres?
Respira. Reencuadra la historia. Toca la puerta otra vez, aunque tiemble la mano.
Porque al otro lado… ya hay un Padre que te está esperando con la puerta abierta.
En Dios haremos proezas,
SIMÓN
Me identifico mucho con esta reflexión y enseñanza, en lo personal, también he tenido que lidiar por años con el temor al rechazo y la inseguridad, y he pagado un precio muy alto por ello. Buscar la aceptación ajena quizá ha sido lo más estresante, pero en lo personal me he plantado sobre el pensamiento, de que en Cristo soy amado, soy aceptado y soy perfeccionado, y sí el Padre lo hace así, lo que haga o piense el hombre (eso me incluye), queda en segundo lugar. Dios me diseño de forma exclusiva, con virtudes y destrezas, y permitió ciertas debilidades en mí para asegurarse de mi dependencia de Él, y he aprendido a aceptar y disfrutar de esa dependencia que en el fondo es mi fortaleza, eso no significa que me gozo en mis debilidades porque desearía no tenerlas, sólo trato de lidiar con ellas desde mi identidad en Cristo y no en lo que otros o yo mismo, pienso sobre mi. Papá nos ve a través de Cristo, es como una especie de filtro que hace llegar la imagen correcta y verdadera de mi ante Papá y me acepta a través de Cristo. Vivo mis días procurando dar lo mejor de mí y descansar en la aceptación de mi Padre, siempre va a existir el rechazo y una que otra puerta que se cierre, pero trato de enfocarme en lo que está más adelante, en mi destino (escrito por la mano del Eterno) y no en los obstáculos en el camino, en lo que Dios dice y piensa de mí y no en que otros dicen. Soy acepto y amado, soy capaz de hacer todo lo que vine a hacer sobre la tierra porque Cristo es mi fortaleza y abal.
Gracias pastor, una vez más, le bendigo.