El vacío no siempre es pérdida; a veces es prueba de plenitud.
“¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí; ha resucitado.” (Lucas 24:5-6)
Al final del profundo silencio del sábado, su corazón volvió a latir.
El que fue enterrado, se levantó.
El que había sido callado… ahora proclama.
Y lo hizo desde donde menos lo esperaban:
en una tumba vacía.
Una historia de tres palabras
El viernes escuchamos: “Consumado es.” El precio fue pagado. La deuda saldada.
El sábado reinó el silencio. La fe fue probada. La esperanza, parecía suspendida.
Pero hoy, una nueva palabra se escucha:
¡Vacío!
La cruz fue la puerta.
La tumba vacía, la evidencia.
El Resucitado, la promesa.
No retuvo nada
Los líderes religiosos aseguraron la tumba.
Los romanos sellaron la piedra.
Los discípulos sellaron sus corazones con miedo.
Pero el cielo ya había preparado su respuesta.
Porque cuando Dios habla vida, ni la muerte puede resistirse.
Y lo que hoy está vacío —lo que ayer fue símbolo de pérdida— hoy es señal de vida, victoria y cumplimiento.
No busques más entre los muertos
“¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?”
Fue la pregunta que sacudió a las mujeres en la madrugada.
Y es la misma que nos sacude a nosotros hoy.
Porque muchas veces, aún sabiendo que Él vive, seguimos buscando respuestas gloriosas entre ambientes de muerte.
Seguimos consultando al pasado para entender el futuro.
Seguimos volviendo a relaciones, hábitos o patrones donde Dios ya no habita.
Pero si la tumba está vacía, es porque Jesús ya no está donde lo dejaste.
Él va adelante.
Y nos está llamando a caminar en resurrección, no en resignación.
Y entonces uno se pregunta… ¿qué significa todo esto para nosotros?
Que el Tetelestai del viernes no fue una despedida, sino una declaración legal: Todo fue pagado.
Que el silencio del sábado no fue un tiempo de abandono, sino de espera: Estamos a punto de ver las consecuencias naturales de lo que ya Jesús hizo por nosotros.
Y que el vacío del domingo no es ausencia, sino la prueba irrefutable: la muerte fue derrotada.
Jesús no solo venció la tumba: transformó su significado.
Lo que era símbolo de derrota, ahora testifica victoria.
Porque ahora el dolor tiene redención.
El fracaso tiene un propósito.
El final ya no es el final.
La tumba ya no habla de muerte.
Habla de victoria.
La piedra fue removida. Pero más que eso, fue removido el poder de la muerte sobre nosotros.
Para los que dudan…
Para los que hemos vivido viernes oscuros o sábados silenciosos,
este domingo es nuestro.
Porque nada está perdido.
Porque Dios no dejó las cosas a la mitad.
Porque la resurrección es la prueba de que nada queda incompleto cuando Dios tiene la última palabra.
Y sí: la tumba está vacía.
Pero nuestra historia apenas comienza…
¿vamos a quedarnos en la puerta o entrar a vivir en resurrección?
“La muerte fue devorada en victoria.” (1 Corintios 15:54)
Lo que Isaías profetizó, Pablo confirmó, y Jesús cumplió:
“¡Él destruirá a la muerte para siempre!
El Señor Soberano secará todas las lágrimas.
Quitará de toda la tierra la deshonra de su pueblo.
¡El Señor ha hablado!”
(Isaías 25:8, NTV)
La tumba está vacía.
Las lágrimas han sido secadas.
La deshonra ha sido removida.
Y la muerte…
ya no tiene la última palabra.
Así que levanta la cabeza.
Respira hondo.
Y camina como quien sabe que el domingo llegó.
Vivamos como quien ya fue liberado.
Amemos como quien ya fue restaurado.
Y no miremos atrás:
el sepulcro quedó vacío.
En Dios haremos proezas,
SIMÓN